Fotografía: 20 historias mínimas en el CHA

Publicado el: 19-12-2016

Texto y fotografías de Nicolás Granada

Fotografiar sin planificar es como una forma de pensar: implica sólo observar, no buscar, en el mejor de los casos tropezar con el reconocimiento de lo observado. Fotografiar de esta manera es perderse, hay que obviar toda señalética contra el extravío. Puede practicarse sobre todo en la calle, es decir, en la vereda. Una vereda es la grieta por donde transcurren los cuerpos acorralados entre los imperios del encierro y del apuro: el intramural, el intravehicular. Las veredas son el margen y sus desparramos son respiro. Son el territorio angosto y público que delinea los límites de nuestras vidas privadas donde, más allá del mero cruzarse, del no mirarse, puede haber otras expresiones de vida. Sea conflicto, abrazo, juego o trabajo, quizás las cosas ocurran bajo otro tipo de negociación, más flexible, al ser un intersticio inevitablemente compartido. En ese sentido, las veredas del centro serían las más pobladas de la ciudad, donde habría mayor ejercicio de borde. Allí sería donde más nos encontramos, fugaces, aunque sin reconocernos todavía. Pero si de alguna manera logramos reconciliarnos con el tiempo y con el otro, algún día, tal vez, esas veredas cambiarían con nosotros. Para empezar serían bastante más anchas e invitantes, vías y dársenas al mismo tiempo, mini plazas de flujo constante. Alrededor menos tubos de escape escupirían su negra y rauda privacidad porque quizás, con suerte, ya no tendríamos necesidad de escapar unos de otros.

 

 

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